16 de junio de 1955 – Bombardeo a la Plaza de Mayo

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Un comunicado oficial en los diarios de la mañana del 16 de junio de 1955, anunciaba la realización de un acto de desagravio a la memoria del general José de San Martín y decía: “Para rendir homenaje, a las 12, una formación de aviones Gloster Meteor de las unidades caza-interceptoras de la Fuerza Aérea Argentina con asiento en la VII Brigada Aérea, volarán sobre la Catedral”.
Las elecciones de 1951 habían demostrado que la inmensa mayoría del pueblo argentino reconocía en el gobierno de Perón a su propio gobierno, al que los representaba, al que los expresaba. Los representantes de las minorías y de los imperialismos habían comprobado que, por las urnas, no podrían llegar al gobierno, sólo les quedaba derrocar al gobierno democrático, sólo podían tomar el poder por asalto. El golpe estaba en marcha.
El 16 de junio de 1955, hace ya 69 años, nuestra Plaza de Mayo que era el lugar de encuentro de Perón con su pueblo, se convirtió en un escenario sangriento cuando, a las 12.40, un avión Beechcraft, inició un bombardeo de casi seis horas, sembrando sangre y muerte.
Los conspiradores se habían reunido por primera vez en un local de Walter Viader en agosto de 1953. En marzo de 1954, se volvieron a reunir en Rivadavia 4.100, en un departamento de Miguel Ángel Álvarez Morales.
Comenzó la planificación un grupo de marinos y de civiles a los que después se unieron algunos militares de Ejército: Miguel Ángel Zabala Ortiz (UCR), Adolfo Vicchi (Partido Demócrata), Américo Ghioldi (Partido Socialista) y Luis M. de Pablo Pardo
(Partido Nacionalista). Una nueva versión de la Unión Democrática.
El Jefe de los marinos, contraalmirante Samuel Toranzo Calderón y Luis María del Pablo Pardo habían funcionado como enlace con el comandante del III Cuerpo del Ejército, general León Bengoa.
El ministro de Marina, contraalmirante Olivieri, estaba al tanto del plan y era secundado por su secretario Emilio Eduardo Massera.
A las 11, llegan a la Presidencia las noticias de la sublevación de la Escuela de Mecánica de la Armada y de una situación tensa en el aeropuerto de Ezeiza. Perón envía a Lucero a instalarse en el Ministerio de Ejército y le asigna la misión de reprimir el movimiento. Una hora después, ya se sabe que el Comando Revolucionario está instalado en el Ministerio de Marina y que las tropas han tomado posiciones entre el Ministerio de Ejército y la Casa Rosada.
A las 12.45 los aviones de Marina y Fuerza Aérea bombardean la Casa de Gobierno y el Ministerio de Ejército: arrojan bombas y metralla sobre los inocentes transeúntes. El avión piloteado por el capitán de fragata Néstor Noriega, tira las dos primeras bombas de 100 kilos, una sobre el centro de la Casa Rosada y la otra, sobre la arista norte del Ministerio de Hacienda. La tercera bomba cae sobre un trolebús 305, con pasajeros que, en su gran mayoría eran niños que iban a la escuela.
El general Perón se hace cargo de la conducción integral de las operaciones y Lucero de la represión militar.
El segundo bombardeo tiene como objetivo la CGT de Azopardo e Independencia y el Departamento de Policía, en Moreno y Cevallos. Éste último es castigado tres veces por las bombas: a las 13.25, a las 17,25 y a las 17.45.
A las 15.30, otra tanda de aviones bombardea y ametralla la Casa Rosada, el Banco Hipotecario y el Ministerio de Hacienda. El brigadier San Martín, le dice a Perón que hay que arrasar Ezeiza, convencido de que es la base principal de operaciones de lo insurrectos. Perón se niega rotundamente, diciendo: “Ese aeropuerto es patrimonio de pueblo… debe salvaguardarse haciendo cualquier clase de sacrificio. Que los aviones sobrevuelen Ezeiza pero que no arrojen ni una sola bomba”. El mayor Renner, secretario ayudante de Perón, aparece anunciando que la Casa de Gobierno está rodeada por la infantería de Marina y que ya hay granaderos muertos: diecinueve granaderos entregaron sus vidas defendiendo la Casa Rosada, defendiendo a su Presidente. El mayor Cialceta, llega con la noticia de que en la CGT se están concentrando los gremios para avanzar sobre la Plaza de Mayo a defender a su gobierno. La respuesta de Perón es terminante: “Usted vuelve a la CGT y le comunica a Di Pietro, de orden del Presidente de la Nación, que a la Plaza de Mayo no debe concurrir ni un solo hombre.

Si estos asesinos, para matarlo a Perón, están bombardeando impunemente la ciudad, no les va a temblar la mano para hacerlo sobre un montón de obreros. Usted le dice a Di Pietro que éste es un enfrentamiento entre soldados y que, si caemos, caeremos entre soldados”.
Una bomba en la boca del subterráneo en la estación Plaza de Mayo, acaba con la vida de los desprevenidos que llegaban al lugar. Un camión estalla alcanzado por el fuego en Diagonal Norte y San Martín. Otro grupo de aviones, dispara sobre los efectivos del Regimiento 3 de Infantería que se dirigía a la Capital desde Avda. Crovara y Camino de Cintura de La Tabalada.
Dos bombas son lanzadas sobre la Residencia Presidencial, manzana en la que actualmente está ubicado nuestro Instituto Nacional, una cae en la Avda. Pueyrredón entre Las Heras y Vicente López y la otra, que no estalla, en los jardines de la
Presidencia. Esta bomba, es contenida por el gomero que aún está entre el edificio de la Biblioteca y la Av. del Libertador.
En su última pasada, los aviones descargan su fuego sobre la Plaza de Mayo, masacrando a las personas que recogían a los heridos: enfermeros, médicos y voluntarios que creían que lo peor ya había sucedido.
Los bombardeos del 16 de junio de 1955 dejaron un saldo de 364 muertos y cerca de 1000 heridos. De ese total, sólo 44 eran militares. La mayoría de los muertos y de los heridos estuvo integrada por población civil, desarmada, que caminaba por el lugar.
Hombres, mujeres y niños perdieron la vida, fueron asesinados, en una aventura de unos pocos.
El golpe salvaje fue dominado y los aviones volaron hacia el Uruguay llevando 90 personas, en su mayoría oficiales, que fueron recibidos en Montevideo y permanecieron allí hasta tres meses después, cuando lograron derrocar el gobierno democrático y se encaramaron en el poder dando lugar al comienzo de una dictadura feroz que persiguió, encarceló, torturó y fusiló. Se autodenominaron “La Revolución Libertadora” pero son recordados como “Los fusiladores”. Este golpe de Estado, de septiembre del 55, premió a los asesinos: El contraalmirante Toranzo Calderón fue Embajador en España, el contraalmirante Olivieri, embajador ante la ONU; Adolfo Vicchi, Embajador en Estados Unidos; Luis María de Pablo Pardo, Ministro del Interior y Miguel Ángel Zabala Ortiz, es bueno recordarlo, fue Canciller del gobierno del Dr. Illia, fue quien se ocupó personalmente de impedir que Perón regresara a la Argentina, haciendo que su avión fuera devuelto a Madrid desde Río de Janeiro en diciembre de 1964. Los secretarios de Olivieri, Emilio Massera y Oscar Montes, su ayudante, volvieron a matar en el nuevo golpe, el de la última dictadura de 1976.
Esta tremenda masacre fue silenciada a lo largo de muchos años. Cuarenta años después se pudieron hacer las listas de los caídos con sus nombres a los que se trató de ignorar.

Aquellos asesinos del 16 de junio de 1955, jamás fueron condenados, jamás pagaron su culpa.

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