Se cumple un nuevo aniversario de la muerte del Padre Mugica, Carlos Mugica, el sacerdote que optó por los pobres, que llevó adelante su ministerio “con una oreja en el Evangelio y la otra en el pueblo”.
Había nacido en 1930, perteneciente a una familia acomodada, se ordenó Sacerdote en 1959. Adhirió fervientemente a la Teología de la Liberación incorporándose al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo.
Contaba que en su vida había habido un antes y un después a partir de un día en que había leído una pintada en una pared de un conventillo que decía “Sin Perón no hay patria ni Dios. Abajo los cuervos” en referencia a los curas.
En 1957 escribió su primera nota en la revista del Seminario que se titulaba El católico frente a los partidos políticos y comenzó a integrar grupos que misionaban en el interior del país.
A cargo de la “Pastoral Juvenil” asesoraba los grupos católicos en el Nacional Buenos Aires y daba clases en la Universidad del Salvador y en la de Buenos Aires.
Fue trasladado varias veces a distintas parroquias porque, según sus palabras: “Creo que la misión del sacerdote es evangelizar a los pobres e interpelar a los ricos. Y bueno, llega un momento en que los ricos no quieren que se les predique más…”
Los padres asuncionistas le ofrecieron abrir una capilla en la villa de Retiro y que él se hiciera cargo. En el Barrio Comunicaciones se levantó la parroquia Cristo Obrero en la que el padre Carlos Mugica desarrolló su tarea de evangelización entre los más humildes.
Al mismo tiempo ayudaba al padre Jorge Vernazza en tareas pastorales en la parroquia San Francisco Solano, seguía con sus cátedras de Teología en la Universidad y celebraba misa.
Su pública adhesión al peronismo y sus reflexiones acerca de la violencia institucional que significaba la proscripción electoral, sumada a su lucha al lado de los pobres hicieron que la jerarquía eclesiástica lo cuestionara permanentemente.
Junto al padre Hernán Benítez, con Azur y Ricciardelli, concelebró una misa en el funeral de Fernando Abal Medina y Gustavo Ramus, asesinados por las fuerzas de seguridad, jóvenes que había conocido durante la pastoral en el Colegio Nacional Buenos Aires y en los grupos misioneros de la Acción Católica. Benítez y Mugica fueron detenidos por una semana a causa de las homilías pronunciadas ese día.
El 2 de julio de 1972, una bomba estalló en la puerta de su departamento. Su respuesta fue: “Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia, luchando junto a los pobres por su liberación. Si el Señor me concede el privilegio, que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición”.
Fue nombrado como asesor en el Ministerio de Bienestar Social y renunció al poco tiempo argumentando “No hay comunicación entre el ministerio y los villeros”. Por otro lado, su frase “Hay que dejar de empuñar las armas para empuñar los arados” acabó de definir su lugar alejado de derechas e izquierdas, simplemente era un sacerdote ejerciendo su Ministerio en las villas de emergencia.
El padre Mugica se movilizaba en un Renault 4-L azul y el 11 de mayo de 1974, después de celebrar misa en la capilla de San Francisco Solano, en Zelada 4771, a punto de subir a su auto, recibió cinco disparos de ametralladora Ingram M-10. El padre Vernazza, al oir los disparos, salió a la puerta de la iglesia, lo tomó en sus brazos, lo subió a su viejo Citroën y lo llevó al Hospital Salaberry. Mugica le guiñaba un ojo a su amigo y alcanzó a decirle a una enfermera “Ahora más que nunca tenemos que estar junto al Pueblo”.
Su entierro fue multitudinario y sus villeros lo llevaron en sus hombros hasta su descanso final.
Recuerdo una Asamblea de la Seccional Remedios de Escalada del Ferrocarril Roca en los años sesenta, cuando escuché hablar al Padre Mugica ante 3.000 trabajadores. No pude contenerme ante sus palabras y, a viva voz, dije “Por fin la Iglesia entendió al Peronismo”.
A 46 años de su muerte, rescato la vida de un sacerdote que eligió compartir el destino de los pobres y nos sentimos honrados por su pertenencia al Peronismo. Su vida fue un ejemplo que hoy ilumina a nuevos grupos de sacerdotes que trabajan entre los más necesitados, luchando contra los flagelos de la miseria y la droga, contra la marginalidad y por la vida.
Los invito a recordarlo a través de su MEDITACIÓN EN LA VILLA:
SEÑOR, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años tienen trece;
SEÑOR, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro; yo me puedo ir y ellos no;
SEÑOR, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas de las que me puedo ir y ellos no;
SEÑOR, perdóname por encender la luz olvidándome de que ellos no pueden hacerlo;
SEÑOR, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre;
SEÑOR, perdóname por decirles “no solo de pan vive el hombre” y no luchar con todo para que rescaten su pan;
SEÑOR, quiero quererlos por ellos y no por mi. Ayúdame;
SEÑOR, sueño con morir por ellos; ayúdame a vivir para ellos;
SEÑOR, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame.
LORENZO A. PEPE
Diputado de la Nación (m.c)
Secretario General
Ad-Honorem