Desde 1975, cada año, el día 8 de marzo celebramos el Día Internacional de la Mujer, establecido por la Organización de Naciones Unidas en recuerdo de un incendio intencional en el que murieron 129 obreras textiles que reclamaban mejores condiciones de trabajo en Nueva York en el año 1857.
Desde Juana Azurduy y Macacha Güemes en los albores de la conformación de la nacionalidad, pasando por las mujeres inmigrantes de principios de 1900, trabajadoras que eran reprimidas en huelgas y marchas, obreras textiles que cumplían jornadas de 16 horas en talleres miserables, las socialistas, las anarquistas; las mujeres peronistas que, con Eva Perón a la cabeza, llegaron a poder ejercer los derechos políticos, elegir y ser elegidas, ocupando bancas en el Congreso de la Nación y sufriendo cárcel a la caída del gobierno constitucional de Juan Domingo Perón hasta llegar a las Madres de Plaza de Mayo, a las Abuelas de la Plaza, que desafiaban las armas con sus pañuelos blancos en la cabeza buscando una respuesta frente a la desaparición de sus hijos a las que se suman hoy las Madres del dolor; las mujeres argentinas han sido luchadoras incansables, valientes defensoras de la verdad y la justicia.
A las que arriesgaron sus vidas en las luchas de la independencia, a las huelguistas que eran perseguidas y expulsadas del país, a las presas del ‘55 acusadas de traición a la patria, a nuestras mujeres de la Resistencia Peronista, a las Madres y Abuelas que buscaron y buscan hijos y nietos y a las que perdieron la vida en esa pelea por saber qué había sido de ellos; a las del dolor, a las que tratan de recuperar sus hijas de la trata de personas, a las que sufren violencia, a las que no tienen reconocimiento público ni privado después de una vida al servicio de los demás, a las eternas subempleadas que acumulan dos y tres trabajos en detrimento de su tiempo libre, a las que trabajan en negro y no tienen protección laboral, a las que viven en situación de subordinación, a todas las mujeres que son cabeza de hogar, que pelean por llevar el pan a su mesa, a todas las mujeres que Evita defendía diciendo defiendo lo que la mujer tiene el deber de defender: su sangre, su pan, su techo, sus ensueño.
A todas las mujeres que no han perdido sus sueños de una patria justa, libre y soberana, para todas ellas nuestro homenaje en el día de hoy.