Sr Presidente (Iturbe). – Va a hacer uso de la palabra el excelentísimo señor presidente de la Nación (Aplausos.)
Sr. Presidente de la Nación:
Señoras y señores Senadores
Señoras y señores Diputados
Pero ya están aquí presentes, deseosas de participar en la plenitud de la vida nacional…
Personalismo
…A la personalidad de la comunidad nacional que representan sus organizaciones sociales, económicas, políticas y culturales; a la personalidad que llama el pueblo argentino y que sostiene con la materia viva de sus organizaciones el alma eterna de nuestra doctrina, ya me resulta posible ir entregándole progresivamente, con plena fe en el porvenir, las banderas inmaculadas de la justicia social, de la independencia económica y de la soberanía política. (Aplausos prolongados)
Muchas veces he debido soportar la incomprensión de la mediocridad, que no entendía –o no quería entender- que, al fin de cuentas humilde instrumento de la Providencia, y tenía un mandato que cumplir.
Fiel a ese mandato, que llevo marcado a fuego sobre mi corazón, lo cumpliré hasta el fin.
Felizmente, he probado no ser un hombre a medias. Y aunque tampoco me considero un ser privilegiado, me siento depositario de aquel mandato y lo cumpliré, inexorablemente, pese a quien pese! (Aplausos prolongados. Los señores legisladores, ministros y público asistente, de pie, aclaman el nombre del general Perón).
Por esa posición espiritual he sido criticado como “personalista”.
Pero mi personalismo no ha sido nunca ni será jamás egoísta ni ególatra, ni tendrá la megalomanía de “los grandes hombre por autodecisión.
Soy el hombre de una causa. Tengo en mis manos un mandato de justicia, de libertad y de soberanía que personalmente debo y deseo entregar totalmente y cuanto antes al pueblo argentino también en persona (Aplausos prolongados), vale decir: a la personalidad de nuestro pueblo aquí presente.
¿Esta es la clave, la piedra angular de mi personalismo: un “personalismo” que tiene su raíz más honda en mi propio sentido de la responsabilidad y que va disminuyendo en la misma medida en que se va creando, en la personalidad de nuestro pueblo, el sentido de la responsabilidad que se manifiesta progresivamente en las organizaciones de nuestra comunidad!
En esta transferencia de responsabilidades no acepto ni aceptaré jamás intermediarios de ninguna clase. No deseo personeros para cumplir con mi mandato. Bienvenidos los que trabajen de buena fe para llevarlo a cabo, apurando la organización solidaria del pueblo, su adecuada coordinación funcional y su total adoctrinamiento.
Ellos merecerán la gratitud eterna de los argentinos, y también mi modesta gratitud, acaso un poco egoísta, porque yo también, aún dispuesto a terminar la misión que me ha sido providencialmente conferida, siento el peso de las batallas empeñadas y de las amarguras, que no dejan de ser amarguras aunque gozosamente las ofrezca en los altares del pueblo y de la patria (Aplausos).
Espero que en este año gubernativo que iniciamos hoy, la organización comunitaria se desarrolle al máximo posible.
Personalismo del pueblo argentino
Deseo, como si se tratase de un sueño largamente acariciado, que “el tan mentado personalismo de Perón”, sea substituido cuanto antes por el “personalismo del pueblo argentino…” (Aplausos prolongados. De pie, los asistentes a la Asamblea Legislativa aclaman el nombre del general Perón) -de muestra comunidad organizada-, y no veo la hora en que este “personalismo” definitivo y eterno sostenga con sus propias manos ¿Y para siempre! Las victoriosas banderas de nuestra nacionalidad.
Señoras y señores: yo no “me lavo las manos” en este momento, como se ha dicho, con motivo del problema circunstancias de los convenios planteado entre las organizaciones económicas y las organizaciones sociales del pueblo.
El gobierno debe seguir siendo gobierno.
Cogobernar
Pero la única posibilidad de conciliar el gobierno con la libertad del pueblo es gobernar con las organizaciones del pueblo.
Es la única forma por medio de la que el gobierno puede arbitrar soluciones justas para las organizaciones del pueblo, para su felicidad y para su grandeza.
Hacer lo contrario sería no gobernar con el pueblo. Vale decir: ejercer una verdadera dictadura, de la que tanto nos acusan los “nuevos” defensores de la libertad. (Aplausos.)
Yo no me lavo las manos. Muchas veces he jugado toda mi vida y mi destino a una sola carta.
No es mi costumbre la “política de la media palabra”. ¿Ola digo entera o no la digo! (¡Muy bien! Aplausos prolongados. Los señores legisladores, ministros y público asistente aclaman el nombre del general Perón.)
Si trato de asignar alguna responsabilidad directa en la resolución de los problemas económicos, sociales, políticos o culturales de la República, no me lavo las manos. Todo lo contrario: asumo en cada caso ante la historia, la responsabilidad de compartir el gobierno con las organizaciones que han nacido y que se han desarrollado y se han ido consolidando bajo nuestros auspicios.
Si se diese el caso de que fracasas en las organizaciones del pueblo, que van compartiendo cada vez más esas responsabilidades d gobierno, des ya cualquiera puede prever que tal fracaso no le será asignado al pueblo, sin o a mí…que trato de “gobernar conduciendo”, que es la única solución entre la dictadura del liberalismo y el libertinaje de la dictadura. (Aplausos.)
Pero yo tengo absoluta fe y la mas ciega confianza en la victoria del sistema de gobierno que reúne de una manera simple y objetiva todas las condiciones de la única, verdadera y autentica democracia, en la que el gobierno es elegido libremente por un pueblo libre, gobierna con el pueblo y, lógicamente, gobierna para el pueblo. (Aplausos.)
Lo más frecuente es que se considere libre y democrático a un gobierno que es elegido libremente por pueblo.
Este es concepto limitado de la democracia y de la libertad, porque si ese pueblo no es libre no podrá jamás elegir libremente a sus gobernantes.
La libertad del sufragio o la libertad electoral no es, por sí sola, la libertad política de un pueblo.
Un pueblo sometido a la explotación del capitalismo, como estuvo el nuestro hasta 1943, no elegía el gobierno que deseaba, que no podía ser otro que el gobierno de liberación. Cuando no era engañado mediante fraude, no tenía otro remedio que limitar su decisión entre el abogado de un imperialismo explotador y el abogado de otro imperialismo. (Aplausos.)
La libertad electoral de aquella “democracia” se parecía exactamente a la libertad del condenado a muerte, a quien se le concede elegir el árbol desde cuyas ramas prefiera balancearse entre la vida y la eternidad.
El gobierno libremente elegido sólo lo es pon un pueblo libre de todo sometimiento extraño a su voluntad. No puede existir libertad electoral –que es la primera libertad política- en un pueblo que no sea socialmente justo ni económicamente libre. (Aplausos.)
La segunda condición de una verdadera democracia es la de que el gobierno sea ejercido “con el pueblo” y la tercera que sea gobierno para el pueblo.
No se gobierna para el pueblo si no se gobierna con el pueblo.
Para gobernar con el pueblo se necesita, señoras y señores, esto que nosotros poseemos en principio: una comunidad organizada.
Es cierto que resulta, sin duda alguna, mucho más difícil gobernar con el pueblo…porque entonces el gobierno debe hacer con justicia “lo que el pueblo quiere” y no puede servir otro interés que el del pueblo.
Esto es difícil cuando se considera que la política es un fin que se pone al servicio de los gobernantes, o los hombres de gobierno viven y gobiernan de espaldas a sus pueblos.
Pero es fácil cuando se concibe y se realiza la política como un medio cuyos supremos objetivos están en la felicidad y en la grandeza del pueblo y de la patria.
Esta ha sido no sólo una de las veinte verdades de nuestra doctrina. Por sobre la concepción hemos pensado siempre que debíamos ofrecer a nuestro pueblo la verdad de nuestras realizaciones.
Nunca hemos hecho de la política una finalidad. Vale decir ”una profesión”, sino un medio, un instrumento para seguir adelante con el afán de cumplir nuestros mandatos supremos en beneficio de la patria.
Sin ir más lejos, las últimas elecciones realizadas son la prueba más eficaz y más elocuente de nuestra verdad.
Mientras el antiperonismo, recordando sus antiguas prácticas demagógicas, prometía el oro y el moro por si el triunfo llegaba a sonreírle (risas), el movimiento peronista, actuando en función de los reales y auténticos intereses del pueblo y de la patria, se limitó a sostener que los problemas pendientes tendrían solución, ahora como en cualquier otro momento e nuestra acción, de acuerdo con las normas y principios de nuestra doctrina y según la teoría y las formas de ejecución que el pueblo conoce mejor que los dirigentes de la enconada reacción que nos combate.
….Nosotros, mientras sigamos fieles a nuestra doctrina –y no la abandonaremos por unos cuantos votos interesados-, no somos ni seremos jamás “políticos profesionales”. A éstos la ciudadanía, aún la que vota por ello, los desprecia o los ignora. (¡Muy bien! Aplausos. El público asistente corea: ¡Perón! ¡Perón!)
Porque no se nos escapa ya que definitivamente la República tiene solamente dos sectores: el movimiento nacional peronista y el antiperonismo, el Justicialismo y el antijusticialismo, la revolución y la contrarrevolución, la acción constructiva y la reacción destructora, el que quiere una Nueva Argentina y el que añora la otra, ¡la que nadie, felizmente, verá jamás en el futuro! (¡Muy bien! Aplausos.)
….Yo no condeno de ninguna manera, con estas palabras desposeídas de toda pasión negativista, ni a los dirigentes de la oposición en general, ni a los ciudadanos que la apoyan.
Les estoy señalando la posición de caída vertical en que se encuentran.
Deseo que estos años próximos se detengan en la pendiente…y retomen, si es posible, el camino perdido.
Yo no lo deseo por mí, ni por el movimiento peronista, sino por la Argentina futura. Lo deseo porque anhelo la unión integral de todos los argentinos. (¡Muy bien! Aplausos prolongados. Los señores legisladores y el público asistente corean el nombre del general Perón.)
Si bien me he permitido presentar ante el pueblo, que aquí tienen su más alta y fundamental expresión, el panorama político que acabo de exponer sumariamente, no me ha guiado ninguna finalidad de politiquería subalterna
Se que los vencedores no deben ensañarse con la desgracia de los vencidos. Pero también me siento en la obligación moral de poner en conocimiento del pueblo argentino la realidad del antipueblo, que se opone al cumplimiento de sus designios.
Nuestro pueblo no es amigo de venganzas ni de violencia. Tiene esa generosidad que reside en la naturaleza misma de todos los pueblos de la tierra.
Cuando el 28 de septiembre de 1951 pude ordenar el fusilamiento del general Menéndez y los oficiales sediciosos, no lo hice porque aquello hubiese sido dar al pueblo y a la justicia una satisfacción momentánea, que luego el pueblo –y yo con el pueblo- hubiésemos lamentado. (Aplausos prolongados.)
Algunos creyeron que aquello era debilidad. Hay momentos en que la mayor fortaleza consiste en aplacar, con una aparente debilidad, el espíritu de justicia y el fuego de la indignación.
Solamente los fuertes pueden permitirse el lujo de ser débiles. (Aplausos prolongados. Los señores legisladores y el público asistente vivan insistentemente al general Perón.)
En esta emergencia política yo no deseo que, ante el desborde la oposición, el pueblo proceda con apasionamientos inconsultos.
Es cierto que durante varios meses hemos debido tolerar las bravatas, los insultos y las calumnias que nos ha enrostrado gratuitamente el enemigo.
Es necesario saber que las ofensas injuriosas sólo pueden satisfacer el orgullo y la vanidad egoísta de los que ofenden.
Debemos responder como se dice que Buda contestó a uno de sus enemigos: “Yo he rehusado aceptar tus injurias y pido que te las guardes para ti. Así como el eco pertenece al sonido y la sombra al cuerpo, del mismo modo la injuria consumirá seguramente a sus propios autores” (¡Muy bien! Aplausos prolongados. Los señores legisladores y el público asistente, puestos de pie, corean el nombre de excelentísimo señor presidente de la Nación.)
…Pero el delito político más grave que se ha cometido es de haber usado de las libertades personales para atentar contra la libertad del pueblo.
El pueblo organizado y consciente, que llena este recinto en las bancas y en las presentaciones políticas, sociales, económicas y culturas de nuestra comunidad, merece que dediquemos plenamente a él.
Hoy, como siempre, desde 1943 y desde 1946, para nosotros no cuenta más que el pueblo. Los demás habitantes de la República tienen dos caminos que seguir: o se incorporan al pueblo organizado y consciente, o se hacen merecedores de nuestro desconocimiento. No podemos gobernar ni lo inorgánico ni lo anárquico.
No les exigimos…
No les exigimos –entiéndase bien- que se incorporen a nuestro movimiento político. Los instamos una vez más a que se organicen en el orden social, en el orden económico, en el orden político y el orden cultural, aceptando solidariamente los preceptos de la Constitución que todos ellos han jurado observar, cumplir y hacer cumplir. (¡Muy bien! Aplausos.)
Señoras y señores: he deseado referirme expresa y extensamente a estos problemas que nos interesa a todos en general.
Nosotros representamos lo orgánico, enfrentándose con lo anárquico, lo individualista, lo disociado y lo disociador.
La historia no recuerda que jamás haya triunfado lo inorgánico y lo anárquico ante la fuerza invencible de las organizaciones, siempre que éstas hayan tenido un alma, vale decir, una doctrina que cumplir o realizar.
Cinco mil espartanos organizados no fueron jamás vencidos ni dominados por doscientos mil ilotas que componían la masa inorgánica y amorfa de sus esclavos.
¡Como vamos a dudar acerca de nuestra victoria total, si constituimos una organización que, además, aglutina la inmensa mayoría de nuestro pueblo!
No deseo terminar la primera parte de este mensaje sin dejar establecidas algunas normas que juzgo conveniente y necesario establecer para nuestra acción futura, solidaria y común.
Necesidad de organización social, económica, política y cultural.
Las instituciones sociales, económicas, políticas y culturales de la Nación no deben olvidar que ellas personifican al pueblo.
La verdadera democracia.
Gobernaremos con el pueblo, con la participación en el gobierno de sus organizaciones responsables.
1º – Es necesario y urgente que las organizaciones del pueblo, sociales económicas y culturales, se desarrollen y consoliden en toda la Nación siguiendo, en lo posible, el sistema de nuestra organización política federal.
2º – El gobierno anhela que las organizaciones del pueblo actúen libremente. No les imponemos más que la condición legal de concurran a afianzar, en el orden interno y el orden internacional, la justicia social, la independencia económica y la soberanía política de nuestro pueblo (Aplausos)
3º – Resulta imprescindible, por lo tanto, que todas las organizaciones del pueblo conozcan y comprendan los principios fundamentales de la Doctrina Nacional.
Ella les dará unidad de concepción para realizar sus fines con unidad de acción y les facilitará la convivencia solidaria con las demás organizaciones del pueblo.
4º – Las instituciones sociales, económicas, políticas y culturales de la Nación no deben olvidar que ellas personifican al pueblo.
Son el cuerpo del pueblo argentino, vivificado por el espíritu de la Doctrina Nacional.
Estas condiciones establecen por sí mismas la responsabilidad que han asumido.
5º – Es aconsejable que las organizaciones del pueblo se desarrollen sobre los principios orgánico funcionales de simplicidad, objetividad, perfectibilidad y estabilidad impuestos por la experiencia universal en todas las organizaciones que han cumplido eficientemente las finalidades que inspiraron su creación.
6º – Es necesario coordinar las funciones que cumplen las organizaciones del pueblo.
Esta tarea de coordinación debe ser llevada a cabo por las mismas organizaciones del pueblo conducidas por el gobierno.
Deberán armonizar para ello sus funciones sociales, económicas, políticas o culturales. Deben tener en cuenta que una organización del pueblo es sólo “preponderantemente” social, o económica, o política, o cultural; pero que ninguna de ellas es “absoluta y totalmente” social, o económica, o política, o cultural.
La Confederación General del Trabajo, por ejemplo, es una organización preponderantemente social, pero puede considerar sin ningún inconveniente, con la Confederación General Económica, los problemas de la producción, que son prevalentemente económicos.
Por todos estos caminos será posible que alcancemos el ideal que v venimos acariciando desde 1943, cuando la revolución decidió propugnar “la unión de todos los argentinos”, ideal que aparece repetido centenares de veces en nuestra prédica y en nuestra acción hasta configurar incluso el primer objetivo fundamental del segundo Plan Quinquenal, que nos señala como un imperativo nacional “conformar la unidad del pueblo argentino” sobre las bases de la Constitución Nacional.
7º – Señalo también como absolutamente necesario acordar la acción de las organizaciones del pueblo, con la que deben cumplir concomitantemente, y según sus propia responsabilidades, los organismos de conducción y de ejecución de gobierno y del Estado.
Esta norma determina implícitamente la necesidad de armonizar las estructuras orgánicofuncionales del gobierno y del Estado con las estructuras orgánicofuncionales del pueblo.
El Poder Ejecutivo se propone enviar próximamente al Congreso Nacional el proyecto de ley que modifica la actual organización de los ministerios, ley que al mismo tiempo reducirá los gastos de nuestra burocracia administrativa y facilitará el entendimiento armónico del pueblo con las organizaciones simples y objetivas del gobierno y del Estado. (Aplausos.)
Si el pueblo, el Estado y el gobierno se dedican a cumplir solidariamente las medidas que acabo de enunciar, dentro de poco tiempo ningún problema fundamental argentino será difícil de resolver con equidad.
Realizaremos entonces el ideal de nuestro sistema de gobierno.
Gobernaremos libremente elegidos por un pueblo libre por su justicia social, por su independencia económica y por su soberanía política.
Gobernaremos con el pueblo, con la participación en el gobierno de sus organizaciones responsables.
Cumpliremos así la primera verdad del peronismo, que constituye los fines de la verdadera democracia…
Dios y nuestra empresa
…Sólo le pido a Dios que nos ayude y que nos permita ayudarlo en esta empresa, que, por ser tan profundamente humanista, no puede ser ajena a los designios de la Divina Providencia, que conduce a los hombre lo mismo que a los pueblos. (Aplausos prolongados. Las señoras y los señores legisladores, ministros del poder Ejecutivo y publica concurrente a las galerías, pues de pie, aplauden insistentemente al general Perón.)