En el Mes de la Mujer, reproducimos el discurso que Eva Perón pronunció desde la Residencia Presidencial de Olivos, el 12 de marzo de 1947, dirigido a las mujeres argentinas. En él destaca el protagonismo político que le cabe a la mujer.
Mujeres de mi país, compañeras:
La revolución es, ante todo, el triunfo de las nuevas formas de la justicia social, y del derecho victorioso del más débil, del más olvidado en la escala de los valores humanos. Y el peronismo, esa fuerza espontánea que ha renovado el panorama político de nuestra patria, es –ante todo– el triunfo de la lealtad y de la consecuencia, para los que, en días de prueba, afrontaron la suprema responsabilidad de cambiar la hora histórica, viviendo en la calle su vida y la de los suyos, en favor de la elegida: la del Coronel Perón, su amigo, su camarada, su baluarte en la lucha por un futuro mejor, Tanto la revolución como el peronismo deben pagar entonces esa deuda contraída con el pueblo que los respaldó en el trance decisivo. Con tu esposo y con tu hijo, lo ha hecho amiga mía. Con los hombres de la ciudad y del campo, también. Pero falta aún algo, en este reconocimiento individual y colectivo de sacrificios. Ese algo eres tú: la mujer, El ser más relegado en lo político: el instrumento más decisivo en la movilización de los hogares, y el corazón de los trabajadores.
Perón nunca olvidará a la mujer argentina. Perón sabe cuáles fueron sus reacciones ante la regresión y cuán magnífica y firme fue la explosión de su dinámica, el día que las descamisadas abandonaron sus fábricas para lanzarse a los caminos de la liberación del líder. Sufrimos juntas y estuvimos unidas espiritualmente a lo largo de horas tristes, felizmente conjuradas por la magnífica manifestación de fe cívica del 24 de Febrero.
Eso nos enseñó a apreciar un valor nuevo, personal y efectivo.
Creíamos demasiado en los hombres y en sus posibilidades tradicionales de reacción, para dar oportunidad de manifestar igual entereza a la mujer. A decir verdad, nuestra legislación la olvidó como entidad política. Se la despejó de ideas. Se la apartó con discreción e indiferencia del terreno de las decisiones nacionales. No creíamos en la mujer. Y fue la revolución la que vino a sacarnos del error eterno. La mujer salió a la calle, como su hombre. Y el triunfo, fue el alarde conjunto de dos voluntades confundidas en una sola, universal, recia, incontaminada.
Fue en los pasillos de la Secretaria de Trabajo y Previsión donde la mujer que trabaja reveló que el país existe también en función de su diario esfuerzo. Y fue la calle, el 17 de Octubre, la que certificó que la mujer argentina representa también una opinión nacional, digna de ser tenida en cuenta.
La mujer, con magnífico impulso, se colocó de pronto en la trayectoria de su mejor derecho: el de influir en los destinos de su Patria. Tú misma, la que aquella madrugada arrojaste el delantal de la fábrica para empuñar el cartelón de la revuelta callejera, fuiste la que decidiste el valor nuevo y perentorio de tu sexo. Tu voluntad fue la voluntad de miles de compañeras indóciles. Tu convicción fue la convicción de tu hogar, el que salvó a la Revolución del pueblo. Tu pensamiento recóndito expresado en griterío desordenado, mostró al país que la \»descamisada\» en marcha era, desde entonces, la dueña de su propio destino. Tú rompiste el tutelaje social a que sometieron a tu clase. Tú triunfaste, como Perón. Aquella jornada, consagratoria y la noche del 17, a la luz de las teas, te reveló en toda tu suprema belleza de mujer, y de luchadora. Ya no se te podía traicionar en tu legítima fe en la justicia. Ya no se te pcdía posponer en tu derecho adquirido. Ya no se te podría olvidar, mujer de la fábrica, de la escuela, de la oficina, del campo argentino. Ya eres pueblo, y eres gobierno. Tu voto no será más que la renovación ritual de tu sacrificio espontáneo del 17 de Octubre. Tienes el deber de preocuparte por la estructura moral y políutica de tu Patria. Tienes el derecho de exigirlo.
El sufragio femenino esperado, aparte de tu reconocimiento como entidad viva, actuante, será siempre el testimonio de un agradecimiento hacia la obra que tú contribuiste a afianzar.
Perón confió en ti y tú debes confiar en Perón, amiga mía. Tendrás el voto para certificar tu voluntad cívica así como tuviste voz para expresar tu anhelo social de mejoramiento y tu esperanza en el hombre que hizo posible una Argentina nueva.
Diariamente, desfilan ante mi vista mujeres de todas las clases sociales. Problemas individuales, problemas de grupo, problemas de gremio, toda esta larga y ardorosa batalla por resolver situaciones y aportar mi modesto grano de arena, a la obra social del gobierno, me fuerzan a compulsar diariamente opiniones de mujeres. Todas ellas tienen fe en mí, y aspiran a tomar parte en nuestra cruzada por el sufragio de inminente conquista. No hay una sola mujer argentina que rechace o evada su deber de votar. Día a día, el movimiento de opinión suscitado en torno de este aspecto de nuestra renovación de valores políticos se tonifica y cobra impulso, merced al cálido y fervoroso apoyo de nuevas masas femeninas, que han entendido mi mensaje. Igualmente, desde todos los puntos del país, a través de cartas y manifestaciones, me llega el eco expansivo de esa fe en nuestra campaña, nunca más oportuna, ni más justiciera,
La mujer ha entrado en su madurez intelectiva, Los tiempos son duros, y el trazo de la vida se hace férreo. La conducción del hogar, el consejo al hombre, la responsabilidad del crecimiento de los hijos, comportan para la mujer la adopción de un compromiso complementario, que da más cohesión al conjunto. La mujer no es solamente la afección o la sensibilidad. La mujer es la conducta y la dinámica. La mujer es la voluntad.
Se lo ha ganado en la labor de las fábricas y el recio y parejo sudor diario del trabajo. Vive su hogar, viviendo la realidad del país. Vive su ternura, viviendo también el cuadro social donde esta ternura es posible. La mujer se ha vuelto vigilante y responsable de la arquitectura de su felicidad. Sabe que las lágrimas nacen en definitiva de un mal gobierno, y que su deber está en precaverse de un mal gobierno, influyendo directamente en las elecciones de su pueblo. Nadie le puede discutir ya esa pasión por la política, porque ha sabido conquistar una existencia mejor y aspira a consolidarla desde las urnas, donde deposite su testimonio permanente de fe pública en hombres y poderes. Debe votar, porque sabrá votar. Su voto es un poco el seguro social de su familia y su empleo. Su voto es la superación de tiempos pocos gratos, en los que el hombre olvidó o equivocó su deber ciudadano. La mujer de mi país, la \»descamisada\» de ayer, sabe que estamos luchando por una trinchera y no simplemente por una frivolidad momentánea. Como sabe también que mi campaña se inspira en la inquietud de nuestro grupo, y no en la vanidad estéril de una mujer aislada.
Esté donde esté, sobre la vasta geografía de la Patria, ninguna mujer debe desoír esa consigna de unirse y esperar el instante de la decisiva acción política. Por todas ustedes lucho. Es a ustedes, mujeres de la ciudad y del campo, hermanas de la oficina y del taller; es a ustedes, las que aprendieron a ser a un tiempo, esposas, madres, hermanas, confesoras, sostenes y mártires, a quienes dirijo mi mensaje semanal. Es a todas ustedes, mis amigas en el dolor y la alegría diaria de existir a quienes pido adhesión y fe en mi campaña por la sanción del su sufragio femenino. No lucho en vano, lo sé. Diariamente me traéis vuestro aliento. Lo agradezco como acicate. Yo conozco lo que piensas, amiga, y conozco lo que esperas, y conozco tu deber y tu derecho de argentina, porque yo misma percibo todas las inquietudes de la mujer de mi suelo, y aspiro a reflejarlas plenamente, para lograr por fin –siquiera en parte– una de las mínimas retribuciones a que mi sexo tiene derecho; esto es, la expresión de su voluntad cívica, la expresión de su libertad política, la negación del vasallaje tradicional al hombre a quien de todas formas comprende y apoya en todo lo que atañe a los valores morales del hogar y la familia.
Ha llegado la hora de la mujer que comparte una causa pública y ha muerto la hora de la mujer como valor inerte y numérico dentro de la sociedad. Ha llegado la hora de la mujer que piensa, juzga, rechaza o acepta, y ha muerto la hora de la mujer que asiste atada e impotente a la caprichosa elaboración política de los destinos de su país, que es, en definitiva, el destino de su hogar. Ha llegado la hora de la mujer argentina, íntegramente mujer en el goce paralelo de deberes y derechos comunes a todo ser humano que trabaja, y ha muerto la hora de la mujer compañera ocasional y colaboradora ínfima. Ha llegado, en síntesis, la hora de la mujer argentina redimida del tutelaje social, y ha muerto la hora de la mujer relegada a la tangencia más íntima con el verdadero mundo dinámico de la vida moderna. La mujer argentina de hoy, la heredera de mujeres que siempre supieron estar a la altura de sus hombres, en cada instante histórico, no puede ser ya crucificada en un olvido protector, ni pospuesta en el derecho conjunto de inscribirse, como mujer integral, en el cuadro de las instituciones argentinas. La mujer puede y debe votar. Es un mandato histórico. Es una exigencia del hoy febril y recio. Es la suprema apelación al hombre, para coincidir en los pasos que nos llevan hacia un futuro mejor, vigorosa y definitivamente planeado en el Plan Quinquenal del General Perón, vuestro Presidente amigo.
Pueden visitar nuestra biblioteca de lunes a viernes de 10 a 17 horas, donde encontraran la bibliografía correspondiente a la vida y obra de gobierno de Juan Domingo Perón