Aunque se hizo conocido como Coronel y finalizó sus días como Teniente General, los peronistas lo recordamos como el General, el primer trabajador… Aquel hombre, que proyectó una figura señera que se extendería físicamente desde la Secretaría de Trabajo y Previsión hasta la Presidencia de la Nación, obtenida por comicios libres y democráticos en tres oportunidades, nos dejó el 1º de julio de 1974. Desde hace 38 años, nos acompaña en la lucha y en los sentimientos, y seguramente su impronta continuará en nuestros jóvenes. Como sus herederos tenemos el deber de defender los derechos conquistados durante su gobierno y tratar de alcanzar un modelo de país que aún persiste en la memoria de los argentinos.
Después de un largo exilio y de la incansable persecución que sufrimos los peronistas que luchábamos por su retorno, el General regresó al país como prenda de paz para ofrecer sus últimos servicios a todos los argentinos. Asumió la Presidencia de la Nación por tercera vez en 1973 y en su última aparición pública derramó el amor que sentía por esta Patria sufrida, cuando el 12 de junio de 1974 nos abrazó con su frase: “Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”.
Luego –y repitiéndose nuevamente una dolorosa historia-, la represión, las persecuciones y la proscripción fueron moneda corriente durante los años de la última dictadura, que se llevó a una inmensa cantidad de compañeros. Sin embargo, aquí nos encontramos, luchando en democracia para hacer valer la gran herencia que Perón nos dejó con sus enseñanzas y su ejemplo.
El 1º de julio de 1974 no se borrará de nuestra memoria. Era un día gris, frío y demasiado triste. De pronto, la gran mayoría de los argentinos nos sentimos huérfanos, no sólo porque habíamos perdido a un gran estadista, sino también porque habíamos perdido a un padre.
Hoy estamos en la tarea de difundir sus enseñanzas, de tratar de unirnos bajo una misma bandera que nos permita luchar por ese sueño que nos inculcó y por el que tantos compañeros han dado la vida: alcanzar la justicia social, la independencia económica y la soberanía política.
Aún resuenan en nuestros oídos aquellas palabras generosas con que emprendió el último tramo de su vida: “… A pesar de mis años, un mandato interior de mi conciencia me impulsa a tomar la decisión de volver, con la más buena voluntad, sin rencores (que en mí no han sido nunca habituales) y con la firme decisión de servir”.
Los peronistas, cuando nos vemos por primera vez, nos damos la mano. Pero una vez que nos conocemos, nos abrazamos. El abrazo era la manera con que Perón nos recibía cuando íbamos a visitarlo a Puerta de Hierro. Esa costumbre hoy nos une y nos hace sentir un poco menos desamparados desde aquel mediodía gris en que nos dejó.