Mensaje pronunciado por Eva Perón desde la Residencia Presidencial de Olivos, el 19 de marzo de 1947, al cerrar el ciclo de disertaciones radiales
Mujeres de mi país, compañeras:
Quiero esta noche cerrar el ciclo de mis exhortaciones radiotelefónicas en favor de la campaña por la sanción legislativa del voto de la mujer argentina. Resumiendo vuestra ansiedad en la mía: identificando mi acción con la de miles de mujeres, a quienes invito; exaltando hasta el fervor el deber de conciencia colectiva e individual que me impulsa a exigir para mi sexo la libertad cívica, en todo momento, he puesto al servicio de ese ideal la más recia de mi voluntad y la más tierna de mi fe en nuestro destino de colaboración política.
Sé y lo sabéis vosotras que estamos en condiciones de hacer frente al deber de votar. Sé y lo sabéis también vosotras, que no hay justificación posible para la evasión de este mandato patriótico, cada día más imperativo, cada día más perentorio.
La salvaguardia de la revolución nacional y la consolidación de sus frutos, está, en cierto modo, en nuestras manos. Hemos dado al hombre, por delegación, nuestra responsabilidad argentina. Debemos retomarla. Debemos defenderla. Debemos exaltarla al plano de las más caras aspiraciones femeninas. Todo vano intento de reformar el curso histórico, excluyéndonos de las urnas, donde una Nación juega su papel universal, es parte de una inveterada desconsideración por nuestras posibilidades políticas contempladas casi siempre en función de un imperfecto examen. Sepamos que la tradición constitucional puede envejecer. Sepamos que la tradición no confronta a veces la realidad social de un pueblo. Sepamos que la viva dinámica del hoy admite, postula y exige responsabilidades paralelas de mujer y hombre. La mujer no es ya la consorte inerte de las circunstancias. La mujer es actora del drama de los tiempos. Es su testigo, su credencial vital. Es su mitad humana sacrificada al mismo deber histórico del hombre, y ganada en igual lucha para una misma posteridad. En nosotras, en ti y en mí, hermana, está el instrumento del poder de mañana. Y el poder de mañana puede ser nefasto a aquellos que hemos luchado por obtenerlo. Defendemos el jornal mejor de tu marido, y el acceso al techo digno y al pan común con tu voto y el mío, ¿comprendes? Defendemos el derecho de opinar en la mesa del hogar que hicimos laboriosamente. Defendemos el buen sentido de esa célula ínfima que mueve, sin embargo, los países. Defendemos con el voto, el hogar de un ciudadano cualquiera del país. Defendemos y aseguramos la continuidad de una esperanza política, de una fe en los hombres que crean poseer la virtud de gobernar.
Yo sé que habrá muchas de vosotras que, en este momento se retraigan dentro de sí para decirse: ¿Pero cómo? ¿No es el voto, algo eternamente masculino? ¿Qué tenemos que ver con los comités, con los partidos políticos, con los complejos y ajenos resortes electorales? Sí, yo advierto que habrá muchas mujeres que, en la Argentina, aún creen sustraerse al deber de emitir su juicio en una elección libre, donde se juegan la tranquilidad de su esposo, la carrera de su hijo, la ambición de su novio o el porvenir de su hermano o el resumen de toda situación personal que es el destino de la patria misma.
A esas mujeres, a esas compañeras mías, yo les diría: \»Leed los diarios del mundo. Pensad en que el hambre, la miseria y el dolor vagan por las tres cuartas partes del globo\». ¿Es humano dejar a los hombres la sola responsabilidad de correr la aventura trágica del poder? Y ante todo: ¿Es humano delegar siempre en los hombres, aunque vivamos en el país de la riqueza, el fruto de nuestros deberes políticos? ¿No creéis, compañeras mías, que ha llegado la bendita hora de oponer al desborde de una hora, nuestra sedimentada pasión de años y años, pasadas en la observación, en el silencio, en el ejercicio de nuestro sentido ¿No creéis que al hombre le hace falta también descansar de sus compromisos nacionales, en el complemento obligatorio de su vida, en el ser más entrañable, en el testigo más íntimo de su preocupación, de su ansiedad, de su inquietud: su mujer-tú y yo misma? ¿No lo creen así, mujeres de mi pueblo, estén donde estén, al recibir esta suprema confesión de un corazón femenino que cree interpretarlas a todas? Sí: es necesario que me respondáis. Sí: Esa afirmación es la afirmación de la verdad. Decir SÍ, es vivir la realidad social de la revolución argentina, iniciada bajo el auspicio promisorio de la mujer que –por primera vez– reaccionó en forma política, decisiva y recia.
El hombre que tu esposo con su voto, y tú con tu ansiedad de mujer consciente, llevarán a la presidencia de la República el 24 de febrero, ya ha reconocido esa necesidad de sufragio femenino, con estas palabras decisivas: \»Estamos convencidos de la necesidad de otorgar a la mujer los derechos políticos y apoyamos con todas las fuerzas de nuestra convicción, el propósito de hacer de esta una realidad argentina. Es necesario dar a la Constitución su plena aplicación dentro de las formas democráticas que practicamos y debemos una reparación a esta Constitución mutilada en lo que se refiere a la mujer\». Tales son las palabras que el Gral. Perón dedicó a este fundamental aspecto de nuestra renovación política, pero agregó algo más que ni tú ni yo podemos dejar de recordar en este momento, para que nos sirva de acicate perenne. \»Resulta paradójico –añadía–que mientras los hombres sostenemos esta necesidad impostergable, de cumplir con plena responsabilidad los compromisos adquiridos, haya dentro de nuestra evolución humanista y como continuación de nuestra obra social y política, mujeres que se opongan a compartir nuestra responsabilidad en el manejo de la cosa pública. No; no es ese el espíritu espartano que la Nación necesita. Es esta una hora en que ni la mujer ni los hombres deben rehuir el compromiso que la grandeza futura de la Patria impone a todos sus hijos, sin distinción de sexos. En síntesis –finalizaba– somos partidarios de otorgar el sufragio a la mujer, porque no hay ninguna razón que se oponga a que este llegue a concretarse en una realidad\».
Como veis, compañeras, nuestra lucha es la lucha de la realidad argentina misma. De este periodo histórico, que puede llegar a todo, porque posee voluntad, y conciencia plena para llegar a todo, es preciso extraer el arma liberadora de la mujer.
Ya no hablamos para nuestra generación, sino para las que vendrán. Ya no hablamos para el país de hoy, retemplado por una tónica nueva, sino para el país de mañana, consolidado en otra medida dentro del concierto universal de los pueblos.
Debemos facilitar, a las mujeres que llegarán después de nosotras, la base de operaciones, para exaltar y realizar nuevas preocupaciones y nuevas complejidades de gobierno. Debemos asimismo, entregar al hombre el valor de nuestro complemento ejecutivo, el valor de nuestro pensamiento armónico, del exacto sentido de la realidad. Dígase lo que se quiera, la mujer argentina posee la sutileza de discriminar entre lo aceptable y lo desechable. Su intuición estará, pues, al servicio de un sistema de ideas y hechos políticos, en cuyo democrático manejo revelará probidad, versación y aguda percepción de los intereses que le atañen directamente, para Ia conservación de su hogar, su familia, su fe y su trabajo. Si la mujer sabe remediar o rehacer; si la mujer sabe trabajar y sufrir; si la mujer se ve obligada a asistir y ser actora en el drama de la existencia cotidiana, también la mujer sabrá VOTAR, vale decir, obrar, opinar, dar fe de su destino.
Así, al finalizar aquí mis exhortaciones radiales, yo quisiera evadir la petulancia de refirmar los conceptos jurídicos y filosóficos que el tema entraña. Preferiría, como hago siempre, llegar con palabras llanas y llenas de amistad. Sería un placer llegar hasta el fondo del corazón de ustedes, una a una, allí\’ donde quiera que la caprichosa geografía de nuestro sueño les haya fijado su destino. Me agradaría, en suma, dedicar las últimas frases a ese fondo tierno y lleno de ensueños y esperanzas que hay en toda mujer, por ruda o estoica que sea su existencia. Y ante todo, quisiera que estas insinuaciones de mujer a mujer para la preparación de un nuevo espíritu femenino, no comportaran para ustedes la creencia de que la mujer va a ser menos mujer, porque vote, o porque realice al votar el deber que la tradición de la tierra ha reservado al hombre.
No queridas compañeras, ¡no! Sería ilusorio tratar de mudarnos de alma. Sería inútil variar la índole de nuestros instintos o condicionar nuestra sensibilidad a la insensibilidad de la política. ¡No! Cuando concito tu atención, amiga mía, cuando apelo a tu sentido común, y al dictado de nuestra nueva conciencia, no intento siquiera mudar la delicadeza de tu personalidad de mujer. La mujer debe votar. La mujer debe complementar el proceso cívico de su pueblo: La mujer debe influenciar de manera viva y decisiva en la esfera pública. Pero la mujer no debe por ello resignar ninguna de las dotes espirituales que le dan expresión. Al contrario. La mujer debe ir hacia la vida pública, con su voluntad confortada con tan delicados y supremos valores humanos. Si al hombre, en el ejercicio de su ciudadanía, se le puede invalidar una ambición rastrera o un interés subalterno, a la mujer argentina, de manera alguna, se le podría mañana achacar irresponsabilidad o ligereza electoral. Piénsese que el lenguaje del voto, que es el lenguaje de un pueblo libre y soberano, nace naturalmente en el hombre, y en cambio la mujer debe aprenderlo desde sus primeras frases. Esta meditación de su significación, esta nerviosa y apasionante elección de elegidas, esta antesala de conciencia que el sufragio supondrá para la mujer, harán cuadruplicar su valor cualitativo, sin que la mujer pierda, por ello, ninguna de sus más caras y femeninas esencias. La Nación necesita una madre para sus hijos, pero también necesita una ciudadana. En la calle, en el taller, en los campos, allí donde esté una mujer argentina, está la levadura del magnífico país que soñamos.
La \»descamisada\» que llevó un cartel político, puede llevar también la bandera de la Nación.