A todos los pueblos del mundo: La Nación Argentina tiene una trayectoria pacifista. Es tradicional su respeto a las normas jurídicas que deben regir las relaciones internacionales. Estos antecedentes conceden a la Argentina la necesaria autoridad moral para poder pronunciar estas palabras, que no son sino ratificación de nuestra conducta inquebrantable. La defensa de los principios argentinos de pacificación universal me indujo a dirigir una alocución a todos los pueblos del mundo llamándoles a la cordura e invitándoles a la compenetración. Lo hice amparándome en nuestro sentido democrático y en nuestros preceptos constitucionales, sentando como bases de esa anhelada paz, el respeto integral de la soberanía de las naciones, la ayuda económica a los países necesitados y la conjunción de todos los esfuerzos humanos para lograr un solo objetivo: la paz mundial.
Ideal sólo realizable sobre la base del desarme espiritual de la humanidad. Trabajamos infatigablemente por el triunfo de esta noble causa, porque estamos convencidos de que «las guerras no constituirán nunca solución para el mundo, cualquiera que sea el grupo social que logre sobrevivir a las mismas. La miseria, el dolor y la desesperación en que quedan sumidos los grupos actuantes castigan a todos por igual y el caos apocalíptico sobreviene, siempre, como resultado de los tremendos errores».
Fuerza es reconocer que desde la fecha en que fueron pronunciadas tales palabras los hechos no han dado lugar a un excesivo optimismo. Ante un mundo convulsionado por crueles antagonismos, la Argentina, firme en sus ideales, ha tenido que confirmar su sentir pacifista ante las Naciones Unidas y ante su Consejo de Seguridad. Así lo hemos hecho porque somos hombres de paz, y la paz es y será la realización de la justicia, afianzada en el orden moral y en las garantías del derecho.
Las naciones que integran el Consejo de Seguridad se han congregado para trabajar en lo que debe constituir la gran consigna de lograr la paz mundial. Magna es la tarea, porque trabajar por la paz no debe ser una mera enunciación de valores teóricos, sino la formación de un credo y la posibilidad de una realización fecunda y perdurable.
Mientras en París prosiguen las deliberaciones de la tercera sesión ordinaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas, y en el momento en que la Argentina termina su período de tareas presidenciales en el Consejo de Seguridad, me es grato consignar que los principios pacifistas vienen de la instancia común de los Estados integrantes del bloque de miembros no permanentes del Consejo de Seguridad que, dentro del Consejo y del lado de las grandes potencias, trabajaron para alcanzar una doctrina de paz mundial cada vez más perfecta, apoyada fervorosamente por todos los pueblos del mundo.
Dentro de América, interpretando a su pueblo, la Argentina acompaña con sus esfuerzos a los que, en pro de la paz, realizan las Naciones Unidas.
En estos momentos de inquietud, en que se hacen sentir las dificultades internacionales, las naciones más directamente afectadas confían en los pueblos del continente americano, y es la voz de la Argentina la que sirve una vez más para llevar a los ánimos conturbados una esperanza de paz y un vislumbre de armonía internacional sobre la base del bienestar y de la justicia social dentro de cada país.
Los hombres de hoy tenemos contraído el compromiso de velar por el mejoramiento de nuestros pueblos y por el bienestar de las generaciones que nos sucedan.
No podemos arrastrar a nuestros pueblos al desastre de nuevas guerras; hemos de hacer todo lo que sea menester para afianzar la paz. No podemos acumular rencores ni fomentar odios. No debemos encender los ánimos para destruir, sino abrasar los espíritus de amor al prójimo, para que el legado que transmitamos a la posteridad corresponda al deseo ar argentino de vivir en un mundo digno, solidario, comprensivo y cristiano.