Antes de las cuatro de la mañana del 24 de marzo, comenzaron a sonar en las radios las marchas militares y a a las 3.40 horas se difundió la proclama firmada por los comandantes de las tres Fuerzas: el general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y del brigadier Orlando Agosti anunciando el inicio del Proceso de Reorganización Nacional.
La Presidenta de la Nación, detenida; caducidad de todas las autoridades del Ejecutivo, disolución del Congreso Nacional y de las legislaturas provinciales, de los partidos políticos, de las 62 Organizaciones; remoción de los miembros de la Corte Suprema, intervención de la CGT…
El día comenzó con la detención de miembros del Ejecutivo, legisladores, dirigentes gremiales, delegados estudiantiles; el Acta de Responsabilidad Institucional dio paso a la pérdida de derechos políticos y gremiales, a la inhabilitación para ejercer cargos, a ejercer la profesión, por considerar que habían perjudicado a la Nación
La represión sangrienta que desató la Junta Militar ayudó tanto a disuadir opositores como a someter económicamente a la Argentina.
El gobierno de facto encabezado por Jorge Rafael Videla encarceló y asesinó a miles de argentinos y a diferencia de las dictaduras anteriores, esta vez agregó un horror mayor: secuestró familias enteras apropiándose de los hijos y se los robó sustituyendo su identidad. Para silenciar su accionar delictivo, no detenían a las personas legalmente sino que las hacían desaparecer. Como si no fuera suficiente, perseguían y asesinaban a los familiares de los detenidos y también les robaban sus hijos. Este último accionar feroz, el del robo de bebés, asombró al mundo entero. Hasta las guerras tienen ciertos límites éticos y jamás se había vivido un horror semejante.
De a poco, todo se supo: las mazmorras, los campos clandestinos de detención, la tortura y el asesinato. Hoy están siendo juzgados por las aberraciones cometidas, disfrutan de los beneficios de la democracia y se amparan en ella para sostener el peor de los crímenes: no dicen dónde están los chicos que se robaron, a quiénes se los regalaron secuestrándolos. Sus familias, los buscan llenas de valor y esperanza, desde hace 35 años.
Hace muy pocos días, el dictador Videla, volvió a referirse a los desaparecidos de los que, a fines de 1979, había dicho: “no tienen entidad, no están, ni muertos ni vivos, estándesaparecidos”. Esta vez, agregó a aquella definición, diferentes posibilidades: “son una realidad, son un invento, son una especulación política o económica…”. Su crueldad no termina; su sarcasmo, espanta.
Los desaparecidos son el sufrimiento de treinta mil familias, son una generación truncada, son nuestros jóvenes de esos años de sueños y de militancia, son los manojos de huesos que han ido reconociendo los antropólogos forenses porque habían sido enterrados como NN, en fosas comunes o tirados al mar; son los hijos de esas Madres que dan la vuelta a la Pirámide Mayo todos los jueves, son esas madres y esos padres a los que les sacaron sus hijos entregándolos a represores, asesinos y ladrones; ellos los tienen, se los quedaron como botín de guerra; son esos rostros que pueblan los carteles caseros, hechos por sus familiares, para llevarlos en alto, bien alto, pidiendo juicio y castigo a los culpables. Los desaparecidos son ese secreto escondido detrás de un pacto de silencio perverso de los genocidas que sale a la luz, día tras día, son los que se levantan de la oscuridad y sonríen desde sus fotografías.
Recordando ese día de comienzo del horror, sólo nos queda repetir:
¡LOS DESAPARECIDOS! ¡QUE DIGAN DÓNDE ESTÁN!
LORENZO A. PEPE
Diputado de la Nación (m.c)
Secretario General
Ad-Honorem