Don Arturo, como lo llamamos los que lo conocimos, nació en Lincoln, provincia de Buenos Aires y desde muy joven participó del movimento nacional y popular que se gestaba en esa época. Fue abogado, escritor, pensador político. pero nuestra memoria de sus frases, de sus chistes y de sus polémicas, opaca cualquier otra actividad en la que lo hayamos visto.
Ya antes de recibirse en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, publicaba cuentos en el diario La Nación y un año después de recibir su título de abogado fue preso por participar en la rebelión radical que comandaron los hermanos Bosh y del combate de Paso de los Libres. Fue en esos tiempos, en 1934, que publicó su poema El Paso de los Libres que prologó Jorge Luis Borges.
El 29 de junio de 1935 fundó FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina) junto a Homero Manzi, Luis Dellepiane, Gabriel del Mazo, Raúl Scalabrini Ortiz y Manuel Ortiz Pereyra, de orientación nacionalista, que él mismo disolvió una década después al haber sido testigo de la jornada del 17 de octubre de 1945.
En 1946 fue nombrado Presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires. En 1955 fundó el periódico El 45 para la Resistencia y escribió su célebre poema La Canción del Nomeolvides antes de exilarse en Montevideo.
En 1961 fue candidato a Senador por el Partido Laborista y en 1973 fue codirector de EUDEBA hasta su fallecimiento, el 25 de mayo de 1974.
Entre sus obras más conocidas, figuran :Los profetas del odio, Política Nacional y Revisionismo Histórico, Prosa de hacha y tiza, El medio pelo en la sociedad argentina, Manual de Zonceras criollas y Filo, contrafilo y punta.
Tengo el orgullo de poder decir que fui su amigo y compañero aunque había algo más de veinte años entre él y yo. En tiempos difíciles, cuando los golpistas derrocaron el gobierno democrático del general Perón, muchos jóvenes tuvimos que tomar la posta en esa Resistencia para la que todavía no estábamos preparados, a pesar de lo cual, hicimos frente a lo que venía con todo el coraje que nos daba la lealtad a Perón y Don Arturo, con sus palabras, con sus dichos, con su actuación, nos enseñaba lo que, por faltarnos experiencia, necesitábamos.
Recuerdo con cariño cuando en 1967 me acompañó a defender el Sistema Ferroviario en Mercedes, Provincia de Buenos Aires, era defender una herramienta de integración regional y, sobre todo, una herramienta de soberanía e independencia en el manejo de la economía de los argentinos.
A veces lo encontraba en una confitería sobre la avenida Córdoba adonde se escapaba a fumar, su esposa no le permitía hacerlo en su casa… es una lástima que no haya dejado a tiempo el cigarrillo lo que, seguramente, nos habría dado diez años más de poder aprovechar sus palabras, su presencia, su compañía.
Se fue a los 72 años, aunque esto es una forma de decir, porque Don Arturo Jauretche está en el corazón de cada militante de nuestro tiempo y de las nuevas generaciones que lo han leído y han disfrutado de su pensamiento.Para nosotros seguirá siendo el más grande de los grandes polemistas que la República tuvo y a quien todos en el peronismo brindamos homenaje.
Gracias, Don Arturo, por todo lo que hizo en la formación de aquella juventud.
Don Arturo fue un crítico mordaz de la sociedad argentina, especialmente de la porteña, irónico como un gil avivado (decía él de sí mismo), polémico , con la socarronería del gaucho y mucho coraje.
Queremos recordarlo hoy, a 40 años de su muerte, a través de sus palabras, en carta a Ernesto Sábato, sobre el 17 de octubre de 1945:
Lo que movilizó las masas hacia Perón no fue el resentimiento, fue la esperanza. Recuerde usted aquellas multitudes de octubre del \’45, dueñas de la ciudad durante dos días, que no rompieron una vidriera y cuyo mayor crimen fue lavarse los pies en la Plaza de Mayo, provocando la indignación de la señora de Oyuela, rodeada de artefactos sanitarios. Recuerde esas multitudes, aún en circunstancias trágicas y las recordará siempre cantando en coro —cosa absolutamente inusitada entre nosotros— y tan cantores todavía, que les han tenido que prohibir el canto por decreto-ley. No eran resentidos. Eran criollos alegres porque podían tirar las alpargatas para comprar zapatos y hasta libros, discos fonográficos, veranear, concurrir a los restaurantes, tener seguro el pan y el techo y asomar siquiera a formas de vida \»occidentales\» que hasta entonces les habían sido negadas.
¡Gloria y honor a un hombre nacional que murió abrazado a sus ideas!